Por Alberto Morlachetti*
Las razones se dispersan
sueltas de cordura, se mezclan y confunden, disparadas hacia un destino poco
transparente de penalización de nuestros niños. El delito -escribe Pavarini- ha
salido de los restringidos espacios de la crónica policial y ha cubierto los
titulares de los diarios.
No dudamos que la campaña de
alarma social persigue el fin de castigar a nuestros niños que mueren apilados
por el hambre o por el Paco en las periferias, que nos enseñan con didáctica
brutal que no alcanza con producir millones de hectáreas de soja, ni de maíz ni
de trigo para que el hambre se extinga. Estos niños son para Scioli o para
Insaurralde la génesis de la inseguridad.
Entusiasmados anunciaban las
propuestas para erradicar el delito: ¿Nuevas fábricas? ¿Trabajo? ¿Viviendas?
¿Escuelas? No. Lo dicen casi con orgullo, bajar la edad de penalización de los
niños Dicho de otro modo: Cárceles. frío y hambre que estiran las noches. Meten
miedo y provocan el abrazo fetal sobre uno mismo como tratando de protegerse de
ese mundo resquebrajado que lastima.
Dicen que los niños ahora
maduran más temprano y entienden antes las situaciones de las que participan.
La inocencia de ese tiempo primigenio en el que todavía no tenemos conciencia
de lo que somos ni expectativa de lo que nos aguarda, se esfuma con la rapidez
de una estrella fugaz.
Scioli, hombre de pocas
luces, vapulea a la psicología y provoca un sismo en el campo de las ciencias
jurídicas. Los niños saben diferenciar entre el bien y el mal, No importa si
comen o no comen, si lloran más de lo que ríen. Tienen discernimiento precoz.
Madre, abraza a tu niño, vienen por él.
Evita
Evita sabía que la primera
dimensión era la defensa de la vida. Que permite que los niños no se mueran
antes de tiempo. Que la vida está por delante y antes que todo. Estando en
campaña política y con una locomotora arrastrando vagones repletos de mercancía
en 1949 “unos niños en Resistencia se abalanzaron sobre el tren y lo vaciaron
en cuestión de minutos, esto obligó a los pasajeros a escapar pero Eva se quedó
arriba riendo y besando a los niños”.
Luchó hasta sus 33 años por
una nueva y necesaria distribución de la riqueza. Creo un espacio de privilegio
para la infancia. Sabe -en el fondo de su poesía- que el cachorro humano es una
especie en peligro en medio de las lanzas de una época de nuevo medieval.
El 13 de Octubre de 1948
logra que el Parlamento sancione la ley 13341 para los niños pobres que no comprendían
el secreto de las pizarras o para aquellos que robaban, algunos panes a la
noche, protegidos por algún eclipse de luna. Una legislación que se aleja de la
tradición asilar y obligaba a los efectores del Estado a adoptar un modelo
familiar. Incluso para los niños infractores. Trabajo, viviendas, hospitales,
escuelas fueron sembrados en abundancia en todo el país. Evita había logrado
con el alma encendida que los chicos de la calle fueran un recuerdo que
acariciaba la experiencia relampagueante de la vida.
El Código Penal de 1921
establecía la imputabilidad a los 14 años. Parecía que los académicos no
estaban lo suficientemente vivos, para soñar, para arriesgarse a imaginar un
porvenir para estos niños. Evita logra que se sancione la ley 14394 que se
promulga en 1954: Los niños sólo son punibles a los 16 años. Evita se fue dos
años antes, pero nos había dejado su latido en los niños más humildes: los
únicos privilegiados en aquel imaginario colectivo.
La Revolución del 55 -a
punta de bayoneta- mediante el decreto-ley 5286/57 baja la imputabilidad a 14
años. Mientras fusila a Valle y Tanco y deja a los trabajadores resististiendo
con el destello rabioso de una mirada.
* Coordinador nacional del Movimiento Chicos del
Pueblo