COLOMBIA- Comunicado de las FARC - EP en un nuevo aniversario de la caida en combate de Manuel Marulanda
De una canción popular.
Compatriotas:
Este
26 de marzo, al conmemorar el V aniversario de la muerte de nuestro Comandante
en Jefe, Manuel Marulanda Vélez ,a la vez que rendimos homenaje a su memoria y
en ella a todos los guerrilleros y guerrilleras que han caído en esta larga
lucha por la verdadera democracia, la justicia social y la plena soberanía para
Colombia, ratificamos nuestro indoblegable compromiso de dar hasta el último
aliento de la vida por alcanzar esos nobles ideales por los cuales luchó a lo
largo de su existencia el legendario e invicto Comandante de guerrillas. Su
entrega y compromiso hasta la muerte por conquistar una sociedad más justa,
son ejemplo para las futuras generaciones. Manuel Marulanda fue uno de
esos hombres que terminan viviendo para siempre porque su titánica lucha
sobrepasa los límites de la existencia física, quedando grabada en la memoria
de los pueblos.
Su
vida dedicada por entero a la brega revolucionaria, refleja como ninguna
otra, la estoica resistencia campesina al despojo de sus tierras mediante la
violencia latifundista que envuelve a Colombia desde los propios orígenes de la
nación y que todavía hoy continúa enseñoreándose de los campos, para vergüenza
de las castas dominantes. Su obra, la creación de un ejército popular
guerrillero forjado al calor del enfrentamiento a decenas de operaciones
militares de exterminio que no han logrado mellar nunca la decisión del
campesinado de luchar hasta ver cumplidas sus aspiraciones. Deuda
histórica que habrá que saldar si de verdad se quiere alcanzar la paz para
nuestro país por la vía de un entendimiento y es por esto que dentro de
ese espíritu declarado por el Presidente Santos, no se entiende el calificativo
de “Republiquetas independientes” dado por el Ministro de agricultura a las
Zonas de Reserva Campesina, creadas por una ley de la república. Con ese mismo
argumento, en 1964 el entonces Senador Álvaro Gómez Hurtado, copartidario del
ministro, comenzó la campaña para ambientar la agresión militar del régimen
contra la región agraria de Marquetalia, que dio origen a las FARC; abriéndose
un capítulo de violencia y terrorismo estatal, con la consecuente respuesta
organizada de los labriegos, que hoy, 49 años después continúa y que estamos
precisamente tratando de cerrar por la vía del diálogo civilizado en La Habana , sobre la base de
dar solución a los problemas que lo originaron, entre ellos el de tierra para
los campesinos y su reivindicación socioeconómica y política al lado de las
comunidades indígenas y negritudes, como lo recomienda la Organización de las
Naciones Unidas, de las que Colombia hace parte; pero cuyo complimiento choca
de frente con los planes gubernamentales que apuestan a los grandes
proyectos agroindustriales y minero-energéticos, que requieren para su
materialización un campo sin campesinos.
Tal
vez por eso la molestia del ministro con las zonas de reserva campesina, y sin
embargo, antes de enojarse, debería repasar un poco la historia de
Colombia; quizás logre comprender que esa arrogancia; ese desprecio de
los sectores dominantes hacia las masas que laboran y producen con su trabajo
la riqueza nacional; esa otra forma de violencia que es la exclusión y la
marginalidad, hacen parte de la causas que han generado y alientan la tenaz
resistencia popular, de la cual hace parte la lucha guerrillera, la que
no desaparecerá mientras persistan las causas que la han originado, entre ellas
la violencia ejercida desde el poder, porque para acabarla no bastan las iras
de unos cuantos burócratas, ni los inflados partes militares, ni las
fantasiosas cifras de prisioneros, desmovilizados y desertores que cada cierto
tiempo pasan los flamantes generales y ministros de turno. Baste
recordar, cómo quienes hoy son nuestro interlocutores en La Habana , hace tan solo 5
años, incluido el propio Juan Manuel Santos, entonces Ministro de Defensa, en
medio de la euforia que les produjo el asesinato aleve de Comandante Raúl Reyes
en territorio ecuatoriano, la mano cercenada al cadáver del Comandante Iván
Ríos y el fallecimiento del Camarada Manuel, se apresuraron a decretar nuestra
pronta desaparición. “El fin del fin”, fue la frase acuñada por un general cuyo
nombre muy pocos recuerdan.
“No
nos pueden explicar por qué en la selva y los ríos Manuel va peleando
vivo, si tantas veces murió, Manuel permanece vivo”.
Si
algo de sensatez hubiese en los gobernantes colombianos, no deberían desoír los
justos reclamos del campesinado y de otros muchos sectores de la sociedad;
suficiente sería, como botón de muestra, lo que está aconteciendo en el momento
actual con la economía nacional y la agitada situación social que se vive, para
de una vez cambiar el rumbo y tomar distancia de los dictados imperiales que
nos obligan a andar con los ojos vendados por un sendero que sin ninguna duda
nos llevará a la ruina como lo testifica la parálisis de la industria
manufacturera y la crisis del sector agropecuario que nos obliga a importar más
de 10 millones de toneladas de alimentos, incluyendo arroz y café.
Estos
hechos, decimos, bastarían para cambiar de rumbo; pero fiel a sus antipatrióticos
intereses, la clase dominante se empeña en continuar adelante con un modelo que
rellena de dólares sus bolsillos, a la vez que amarra la nación a la
insaciable voracidad de los grandes consorcios minero-energéticos y de los
agro-negocios para la explotación intensiva y extensiva de los recursos
naturales a la vez que pisotean los más elementales derechos de las comunidades
que habitan esos territorios, se arrasa el medio ambiente, se atenta contra la
biodiversidad y se altera gravemente el equilibrio de los ecosistemas,
afectando de tal manera las condiciones socio-ambientales de las regiones que
no es una exageración decir que de continuar adelante con dicho modelo, en
pocos años tendremos por suelo patrio extensos desiertos y un sinnúmero
de agujeros donde antes dormían su sueño milenario invaluables riquezas que
debieron servir para enrumbar a Colombia por el camino del desarrollo, pero en
cambio fueron feriadas al mejor postor por parte de la una minoría indolente
con el destino de la nación, lo que con sobradas razones alienta cada día
que nuevos sectores salgan exigir el cambio del modelo económico.
“Si
tantas veces murió por qué cada que aparece, lleva a su lado más gente, Manuel
guerrillero vivo”.
Necesidad
aún más palpable si tenemos en cuenta la crisis estructural del sistema vigente
puesta en evidencia en las grandes economías del denominado primer mundo, y que
en el caso colombiano se expresa en el desmantelamiento de la incipiente
industria nacional y la muerte anunciada del sector agropecuario, consecuencia
directa de los acuerdos de libre comercio firmados con diversos países,
mientras se privilegia la economía extractiva de bienes primarios proyectando
un falso crecimiento económico, insostenible en el largo plazo por tratarse de recursos
no renovables y sujeto al capricho del valor de dichos bienes en los
mercados internacionales, y que para el momento ya tiene al sector
exportador en aprietos ante la revaluación del peso y el consiguiente aumento
del desempleo, mal disimulado tras fantasiosas cifras del gobierno que en
realidad lo que muestran es cómo crece cada día el número de colombianos que
deben rebuscarse la vida en la llamada economía informal. Para no mencionar la
corrupción desatada en torno a la privatización de la salud y la contratación
pública manejada a su antojo por los beneficiarios del modelo.
Es
esta realidad, la que hace que cada día sean más y más los conflictos sociales
que estallan y que reflejan el estado de cosas en que se debate la sociedad
colombiana: Paran y protestan los cafeteros, los transportadores, los
trabajadores universitarios, los corteros de caña, los arroceros, los
cacaoteros, los trabajadores del cerrejón, los estudiantes universitarios, los
jueces, el magisterio, los usuarios de servicios públicos y se movilizan
comunidades enteras contra la locomotora minera que amenaza los territorios en
los que sobrellevan su existencia abandonados a su suerte por un Estado
policial que solo se acuerda de ellos para reprimirlos a físico garrote;
inveterada costumbre de los sucesivos gobiernos, que hacen oídos sordos
de los justos reclamos de la población, mientras se empecinan en mantener y
profundizar el modelo económico, verdadera causa de las penalidades de los
colombianos del común; lo que al final no hace más que aumentar el fermento
social que alienta las protestas de distintos sectores a las que se responde
con leyes como la de seguridad ciudadana o ley de “manos libres” para que la
fuerza pública pueda reprimir y los jueces penalizar las protesta social,
tras las cuales siempre terminan por descubrir el fantasma de las FARC.
“Todos
los días lo matan y no pueden explicar, que al otro día aparezca con más
ganas de pelear
Con
más ganas de ganar”.
Dentro
de este marco, no es para nada realista pretender que las conversaciones
entre gobierno e insurgencia, para poner fin al conflicto y sentar las bases de
una paz estable y duradera, no toquen para nada el modelo económico, el
carácter del régimen y las principales políticas del gobierno; pero además
trasluce la pequeñez y la recortada idea que tiene la clase dominante, como una
fijación, de lo que es la paz de la nación: Rendición incondicional de las
guerrillas, entrega de las armas, sometimiento a sus políticas, todo a cambio
de dos o tres puestos en el Congreso, el paseo por unos meses de un
comandante en el cargo de ministro de trabajo o de salud, unas cuantas promesas
y hasta unos años de cárcel para los principales líderes de la insurgencia nos
anuncian y listo.
¿Ingenuidad
o cinismo? Tal vez las dos cosas. Ingenuidad porque terminaron creyendo sus
propias mentiras y soñaron con llevar a la Mesa , una guerrilla derrotada, desconectada de la
realidad, carente de propuestas e iniciativa política. Cinismo porque pretenden
descargar sobre los hombros de la insurgencia la responsabilidad del conflicto,
presentando al Estado terrorista como víctima y la resistencia popular como
victimario.
Por
nuestra parte, fieles a lo que ha sido y será siempre nuestro destino
histórico, proclamado por los legendarios marquetalianos en el programa agrario
de los guerrilleros, reiteramos nuestra decisión de luchar hasta alcanzar el
poder para el pueblo colombiano; independientemente de la vía por la cual nos
toque adelantar esa lucha. Si en la
Mesa de La
Habana logramos acuerdos ciertos que abran la posibilidad
real de entrar a disputar el poder político a la oligarquía por medios no
violentos, con plenas garantías para el ejercicio de la oposición
revolucionaria al régimen, estamos dispuestos a dar ese paso, con la misma firmeza
y decisión con que hemos enfrentado la guerra que nos fue impuesta; comenzando
por un cese al fuego bilateral y definitivo que genere un mejor ambiente para
el desarrollo de los acuerdos, teniendo claro que no se trata de negociar
gabelas y prebendas para los insurgentes, se trata de abrir espacios para la
participación política democrática al conjunto de la sociedad, algo que va más
allá de las solas garantías para la actividad electoral, dentro de un nuevo
sistema que erradique los vicios y limitaciones del vigente y que implica
abordar temas fundamentales que atañen a todos los colombianos como la
militarización de la vida nacional, la doctrina de seguridad del Estado, la
plena vigencia de los derechos humanos, la penalización de la protesta social,
acceso a los medios de comunicación, esclarecimiento de los responsables de la
creación, financiación y protección de los grupos paramilitares y
desmantelamiento de dichos grupos, excarcelación de los prisioneros de guerra y
políticos, incluida la repatriación de los combatientes extraditados y
reconocimiento pleno de los derechos de las víctimas del conflicto, entre otros
temas. Acuerdos que por su transcendencia, profundidad e importancia para
el futuro de Colombia, deben ser refrendados por una Asamblea Nacional
Constituyente, de carácter popular que les imprima el sello de su aprobación
como voluntad última del pueblo soberano.
Lograr
superar un conflicto que lleva medio siglo, es un propósito de alcance y
dimensiones históricas, lograrlo implica despojarse de mezquindades, asumir
responsabilidades, poner en el centro y en lo alto el más grande y más caro de
todos los intereses nacionales, la paz con justicia social para nuestro pueblo.
Con esa convicción llegamos a La
Habana y con la misma ha venido trabajando de manera juiciosa
nuestra delegación allí destacada. Valoramos altamente el trabajo realizado por
las partes y consideramos de gran importancia los borradores construidos de
manera conjunta sobre temas del primer punto de la agenda, clara demostración
de que es posible alcanzar acuerdos entre las partes enfrentadas; por lo mismo,
consideramos que un propósito nacional de tal significación y trascendencia
para toda la nación no puede estar sujeto a los vaivenes de la política
electoral, a veleidades personales, a presiones de grupos minoritarios por
poderosos que sean, a limitaciones de tiempo y plazos perentorios que no
consultan la realidad. Por esos caminos andan los enemigos del proceso,
mantenerlo a salvo es tarea de todos los colombianos sin distingos y la forma
de lograrlo es defender la existencia de la Mesa y lo alcanzado hasta ahora, con la
masiva vinculación de los distintos sectores que anhelan la paz y el
progreso de la patria, de todos aquellos interesados en participar de la discusión
de los temas, abriendo espacios para esa participación e impulsando todo tipo
de iniciativas que busquen rodear el proceso y continuar avanzando sin
vacilaciones en la construcción de acuerdos, a pesar de las voces que se
empeñan en impedir su avance, algunas veces de manera incomprensible desde el
interior del propio gobierno. Ese es el camino más sensato. Lo otro sería matar
las esperanzas de millones de compatriotas y con ellas la posibilidad de un
futuro cierto para las próximas generaciones de colombianos.
“Manuel
permanece vivo llevando hacia la ciudad toda su selva y sus ríos”.
En
vida de los camaradas Manuel y Jacobo, comentaban cómo semanas antes de
iniciarse la agresión a Marquetalia, se dirigieron por medio de cartas públicas
a los diversos sectores de la opinión nacional e internacional, para tratar de
impedir la ofensiva militar del régimen previendo la tragedia que podría
desatarse y sin embargo, a pesar del pronunciamiento de múltiples sectores y
personalidades, entre los que destaca el del Padre Camilo Torres, no se
escucharon esos llamados y por el contrario, obedeciendo dictados de intereses
extranjeros y atendiendo la histeria de un pequeño grupo de oligarcas se
precipitó la operación militar con los resultados conocidos. Años después
en una de las tantas reuniones de las que se adelantaron en el Caguán, con la
participación del Camarada Manuel, relataba cómo las demandas de los campesinos
de Marquetalia, hubiesen podido ser resueltas por el Estado a un bajo costo en
recursos de la época y un poco de tolerancia para con las ideas políticas
revolucionarias de los campesinos allí asentados. Capítulos de nuestra historia
que bien vale la pena tener en cuenta.
Este
26 de marzo, día del V aniversario del fallecimiento del Comandante en Jefe, camarada
Manuel; nosotros, herederos del legado de los hombres y mujeres de
Marquetalia, de su coraje, decisión y firmeza que bajo el mando de Manuel y
Jacobo sentaron las bases del ejército del pueblo que son hoy las FARC, podemos
declarar con orgullo y plena confianza en el futuro, ante nuestros compatriotas
y el mundo entero, que seguiremos manteniendo en alto la bandera de la lucha
por paz con justicia social para nuestro pueblo hasta que sea una
realidad.
“Manuel
que no morirá aunque lo maten un día, pues nadie puede matar la luz, el aíre o
la vida”
¡Viva la memoria del Comandante Manuel Marulanda
Vélez!
¡Hemos jurado vencer y venceremos!
Montañas de Colombia, marzo 26 de 2013.
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP.