domingo, 24 de febrero de 2013

Las futuras batallas de Correa


Por  Emiliano Guido - Miradas Al Sur
Tras su contundente victoria, el jefe de Estado cuenta con una clara hegemonía parlamentaria. En ese sentido, el correísmo piensa impulsar nuevas leyes para acelerar la reforma en el sistema de medios y en el Poder Judicial.

En la medianoche del último domingo, el presidente ecuatoriano Rafael Correa festejó cada voto del oficialismo, tanto a nivel nacional como parlamentario, con la fruición y el entusiasmo de un militante de base. Por ese motivo, a la mañana del día siguiente, la voz del jefe de Estado estaba hecha trizas. Su fuerte y enérgica dicción se había transformado en un rosario de sonidos irregulares y resbaladizos. Sin embargo, Correa –que siempre hace gala de ser un hombre de buena salud y de cargar con una agenda de trabajo prolífica– se levantó temprano como todos los días y llevó a sus hijos al colegio. Luego, retornó al Palacio Carandolet y decidió hablar con los principales medios de prensa extranjeros que decidieron cubrir los comicios del país andino.
En esas entrevistas, el líder de la denominada Revolución Ciudadana trazó algunos denominadores comunes para vislumbrar cuáles serán los pasos políticos más fuertes de su próxima gestión presidencial. Y, además, el encuentro con los corresponsales fue una oportunidad para que el primer mandatario ratificara lo que advirtió en su cierre de campaña en la ciudad de Guayaquil: “A mí nadie me baja de la bicicleta”. Quizás, en Buenos Aires, la frase no tenga un gran impacto. Pero, a nivel doméstico, tras el frustrado golpe policial de septiembre de 2010, Correa –cuyo principal hobby es el ciclismo– significó que, tras ganar con el 57% de los votos, tiene fuerza como para pedalear un largo rato en el Ejecutivo. En ese sentido, si tenemos en cuenta que, previo a la llegada al gobierno de la oficialista Alianza País, Ecuador llegó a tener ocho jefes de Estado en una década, el correísmo está batiendo una suerte de guinness local de la gobernabilidad presidencial como factor de poder.
Uno de los reportajes exclusivos más extensos con el presidente reelecto Correa fue cedido a la televisión pública rusa. La decisión de los asesores de prensa ecuatorianos no fue casualidad ni un error de cálculo. Quito junto a Caracas y La Paz representan las principales puertas de entrada de la ascendente política de acercamiento de Moscú hacia América latina. En ese sentido, el corresponsal de la agencia RT le preguntó al jefe de Estado andino si era cierto, como afirmaba el conservador diario El Comercio –uno de los más influyentes en cuanto a tirada y fijación de la agenda informativa–, que “Correa iba a impulsar una nueva reforma constitucional para avanzar en la Ley de Medios”. En ese sentido, el presidente ecuatoriano aclaró que la reforma al sistema de medios ya estuvo contemplada en la última Asamblea Constituyente y que, luego, dicha normativa fue aprobada en el referéndum revocatorio de 2011.
Por lo tanto, el correísmo especula que la nueva hegemonía parlamentaria del oficialismo les permitirá “reglamentar” todos los aspectos “desmonopolizadores” de la nueva batería de leyes que, según el oficialismo, “duerme el sueño de los justos en algún cajón de escritorio del Congreso”. Seguramente, ésta será una batalla crucial del nuevo mandato de Correa. En Ecuador, los bancos privados son los principales accionistas de los medios concentrados. La Ley de Medios ecuatoriana busca, precisamente, revertir la composición de esas sociedades privadas y que otros sectores de los capitales internos jueguen en el mapa del cuarto poder andino.
Pero, además, Rafael Correa busca institucionalizar un consejo gubernamental que fiscalice el contenido los grandes medios. No para instrumentar un giro copernicano en su línea editorial –un hecho que es imposible en cualquier lugar del mundo–, sino para contener hechos inauditos, como el clima de desinformación que envalentonó a la asonada policial de septiembre de 2010, donde el propio Correa salió herido al intentar mediar sin éxito con la huelga castrense. “Hay que estar muy atentos siempre a esos intentos de desestabilización. Gran parte del 30 de septiembre de 2010 fue por mala información de la prensa, que les dijo a los policías y militares que les iban a quitar sus prebendas, sus condecoraciones, y es verdad, se estaba derogando todo eso para unificarlo y consolidarlo en un salario que era mucho mayor, pero eso no lo dijeron y engañaron a la gente. Pueden crear ese clima nuevamente, y hay que estar muy atentos”, advirtió Correa a la agencia moscovita.
Otro aspecto significativo de la futura agenda de gobierno de Correa pasará por la reforma al Código Penal. Los partidos opositores de derecha entienden esa iniciativa como un intento de “horadar al Poder Judicial” –el correísmo y la Corte Suprema local vienen colisionando desde hace tiempo–, y las organizaciones sociales de izquierda advierten que el correísmo busca “profundizar” la criminalización de la protesta social. En esa línea argumental, el analista latinoamericano Raúl Zibechi recordó hace poco en un artículo muy crítico con el oficialismo ecuatoriano que “Correa llegó a decir que los indígenas que se oponían al desarrollo del país eran terroristas. Ese término tan duro, Correa lo reservó para los dirigentes sociales críticos de la minería a cielo abierto y de la expansión de la frontera petrolera. Es sumamente peligroso que en Ecuador haya 189 dirigentes indígenas acusados de sabotaje y terrorismo”.
Pero, el jefe de Estado ecuatoriano asegura que “el código (Penal) actual tiene un problema, tiene una sección que se llama Sabotaje y Terrorismo, donde se castiga a los que cortan caminos, arrojan piedras contra carros, etcétera. Nosotros tenemos que sancionar esas acciones, pero no tendrían que estar en la sección Sabotaje y Terrorismo. Esa tipificación es equivocada y ya está corregida en el nuevo código”. Además, el líder de Alianza País asegura que “el actual Código tiene más de setenta años y establece delitos que ya no existen, y no incluye otros que se dan ahora como el sicariato. El nuevo Código Penal fue enviado hace un año a la Asamblea, pero para hacerle daño a Correa y para que fracase la lucha contra la inseguridad no lo aprueban”.
Por último, el reelecto presidente ecuatoriano dejó en claro que no piensa capitular con las elites locales y que el putsch del 2010 le permitió entender que la fallida política de defensa local había regalado un enorme espacio de poder a las agencias norteamericanas como la DEA y la USAID. Tiempo atrás, Rafael Correa se sinceró con el prestigioso escritor Ignacio Ramonet y reconoció que “tenemos que ser autocríticos y, tal vez, por descuidarnos, permitimos que se diera un 30 de septiembre. Tenemos que poner mucho más énfasis, mucho más cuidado en la parte de seguridad y en la parte de reconstruir los mecanismos de inteligencia, que tuvimos que, prácticamente, deshacer y volver a empezar. Porque, le insisto, no le estoy exagerando, Ignacio, aunque lo parezca: cuando llegamos al Gobierno, los directores [de los aparatos de seguridad] eran puestos por la embajada de los Estados Unidos, pagados por la embajada de los Estados Unidos. Los fondos para inteligencia eran pagados por la embajada de los Estados Unidos; entonces era inteligencia de los Estados Unidos y no del país”.
En el tramo final del reportaje cedido a la agencia rusa, Correa remarcó la adhesión de su país al proceso de integración sudamericano. Y, paralelamente, subrayó que no ambiciona, como especulan algunos medios del Cono Sur, suplantar la figura de Hugo Chávez en el liderazgo regional. “Nadie está buscando ascender, que yo sea una especie de vicelíder regional. Son cosas que no van con nosotros. Estamos aquí para servir a nuestro pueblo, nadie busca cosas personales. Yo hablo por Cristina (Fernández), por Evo (Morales), por Hugo (Chávez), por Dilma (Rousseff), por todos los coordinadores de este proceso de cambio histórico en nuestra América latina. No buscamos nada para nosotros, todo para nuestros pueblos”, aseguró Correa en el atardecer del último jueves y su voz seguía sonando algo seca. Afuera, el sol anaranjado de Quito comenzaba a ensombrecer los contornos de los cerros capitalinos. El presidente tenía más entrevistas agendadas. Más preguntas que responder. Su elástica sonrisa triunfal parecía que iba a seguir adherida a su cara por mucho más días.