por pelota de trapo. (APe)
Este presente está embebido de memoria. Como una esponja sedienta, el jueves de sol intenso puso en la inmensa avenida marplatense a los niños y a los trabajadores como banderas de la memoria en pie, digna y hacedora de futuro. Dispuesta a construir con los brazos de los que ya no están. De los torturados. De los muertos. De los desaparecidos. Dispuesta a hacer camino nuevo.
Fue jueves y 24 de marzo. Y en una avenida Independencia plena de un sol radiante de complicidades, el trencito de los Chicos del Pueblo abrió el aire, cortó en dos la serenidad del feriado e hizo punta de una marcha de mil doscientos metros, doce mil personas y la infancia en ronda que desplegó en la marquesina del cielo la certeza de que el hambre es un crimen. Una consigna que horada cualquier discurso ocasional. Y deja al desnudo todas las cegueras oficiales. De todos los oficialismos.
El jueves y 24 de marzo, a 35 años exactos de la puesta en marcha real y desembozada del genocidio en la Argentina, cerraba el Congreso Nacional de la CTA. Lejos de los gobiernos. Lejos de los partidos. Lejos de los patrones. Con diez mil delegados de todo el país, desde los gélidos pies del sur hasta las áridas sienes de la puna.
El Movimiento Nacional Chicos del Pueblo y los jubilados que siguen marchando los miércoles al Congreso –firmes y en lucha desde los años 90- se asomaron a mirar. Y en el fuego del debate, la coincidencia: los pibes y los viejos son los extremos más crudos de la vulnerabilidad. Y en ellos hay que centrar la lucha. El hambre es un crimen y el 82% móvil para todas las jubilaciones serán las consignas de la marcha que despertará en Misiones –donde la desnutrición golpea brutalmente- y llegará a la Plaza de Mayo el 8 de junio. Día de paro nacional, día de las mil marchas de los jubilados, día en que todos sabrán que
la vida no es un sueño azul, es una infancia de penas. Día en que los olvidados se volverán palabra, pan, brazos y dignidad.
No es casual que sea la Mar del Plata de los esbozos otoñales la tierra con lenguas de mar donde los trabajadores deciden ponerse en juego y marchar por los más vulnerables de la vida. Porque esa Mar del Plata dual –la del turismo masivo y la de las carencias- es una fotografía certera de un país donde brotan los alimentos de la tierra y 25 niños mueren diariamente por enfermedades parientes del hambre. Son dos ciudades, son dos países. Uno que brilla y otro que se oculta. Uno que consume y otro que mira atónito con la ñata contra el vidrio cómo se le escabullen de las manos cada uno de sus derechos.
Las voces de los niños multiplicaban por los micrófonos la denuncia del hambre que devora cargándole el tinte de la alegría y la ingenuidad. Un par de murgas movían los pies con la energía de saltimbanquis imparables. “El hambre es un crimen”, denunciaban los chalecos azules del Movimiento. Y “ni un pibe menos” remarcaban las banderas.
Ya es un hecho. Los almanaques empiezan su cuenta regresiva y no habrá quien los detenga. En menos de dos meses las columnas partirán desde el Noroeste de una geografía que viene devorando impiadosamente a sus niños. Se marchará para ponerle freno al hambre. Para alzar los murallones que los cobijen amorosamente de los marioneteros de la destrucción y dibujar un camino futuro de azúcar y pan.
El hambre es un crimen. Con ternura venceremos.